La
guerra contra la humanidad
Jaime
Luis Brito
La
violencia que vivimos no es una cosa pasajera. Tampoco es producto del
surgimiento espontáneo de grupos criminales organizados. No significa que las
familias perdieron los valores, menos aún que sea producto del nacimiento de
personas malas que se juntaron para actuar contra la bondad de la Tierra. La
violencia que vivimos hoy es la expresión del capitalismo, del sistema
económico que padecemos, de manera descarnada. No será pasajero, y la única
forma de que pase es cambiando el sistema económico.
Esta
violencia no es fortuita ni ocurre de manera irracional en el territorio
mexicano. La violencia se concentra, “casualmente”, en zonas que de una u otra
forma tienen recursos que son estratégicos para el desarrollo del gran capital
trasnacional. Quienes padecen la violencia no son sectores, comunidades o
pueblos que el azar ha colocado en la mira de la delincuencia organizada. Son
personas, grupos, comunidades, pueblos que de alguna manera “estorban” a los intereses
económicos que deciden sobre vidas, territorios y recursos.
La
guerra de exterminio contra la humanidad inició con la superación del fordismo
en los años 70. Cuando comenzó la última parte del proceso de globalización
económica, entonces dejaron de existir los países ricos y los países pobres.
Caído el muro de Berlín, ya no hubo porqué fingir. El libro de Fukuyama esbozó
la idea que había que inocularnos: “la historia se terminó”, se acabó la lucha
de clases y el Mercado es el nuevo dios que aplicando las leyes de Darwin
pondrá a cada cual en su lugar.
Así,
dentro de los países del norte comenzaron a nacer zonas donde se agrupaba la
miseria y la pobreza se extendió. En Europa los tradicionales Estados de
Bienestar se fueron diluyendo y enfrentando al mismo tiempo las protestas de
miles de jóvenes que veían cancelado el futuro. En los Estados Unidos, las
libertades y derechos fundamentales expresados en su breve y magnífica
constitución fueron cambiados por la seguridad que provoca el terror de unos atentados
voladores que todavía no se explica cómo pudieron ocurrir, dado el sistema de
seguridad con el que cuentan. A menos que hubiera sido alentado, permitido,
justamente con la intención de controlar las voluntades de 200 millones de
norteamericanos que piden a gritos cancelar cualquier libertad conocida con tal
de “mantenernos seguros”.
Mientras
tanto, en el sur, ciudades y zonas adquirieron el estatus de Primer Mundo.
Zonas vedadas a las mayorías y en las que se toman las decisiones principales,
rodeadas de cinturones de miseria que amenazan con invadir la quietud y
tranquilidad de la gente bien. Ahí en esas zonas descansan los procónsules de
los dueños del mundo, quienes como en un tablero de ajedrez toman decisiones
para así controlar el gran Capital que no tiene Patria, ni madre. Deciden
devastar hábitat, pueblo, gente, cultura y humanidad. No importa. Con tal de
obtener la máxima ganancia con el menor esfuerzo.
No
importa cómo. Lo importante es obtenerlo.
La
guerra es violencia contra los pobres que se organizan o que están de más
frente a los grandes proyectos que anteponen la ganancia máxima con la menor
inversión, a costa de la destrucción del planeta y particularmente de la
humanidad. Esta violencia no es temporal, llegó para quedarse, porque es parte
integrante del sistema económico. Como lo adelantaron los zapatistas hace unos
15 años, estamos frente a la tercera guerra mundial, no es una guerra entre
potencias, como las vimos en 1914 o 1939, es una guerra de exterminio de la
humanidad.
Así
que el dios Mercado tiene distintas formas de concentrar la riqueza y de
generalizar la miseria y la muerte. Por ejemplo, decide crear mercados
conocidos, abiertos y que sigan las reglas más difundidas del orden económico
del consenso de Washington. Así pues, se firman tratados de libre comercio, las
mercancías y materias primas rebasan las fronteras sin trabas ni aranceles.
Pero en aquellos lugares donde esto no es “factible”, se crean mercados negros,
ahí todo es mercancía. Lo son las armas y las dignidades. Lo son los niños y la
carne humana en general.
Hoy
no vemos a países luchando unos con otros, vemos a poderes económicos fácticos
que convierten a sus empleados o gerentes a quienes ocupan los poderes formales
en los distintos países. Estos gerentes crean las condiciones necesarias para
ejercer el control social no sólo con la generalización de la ignorancia, sino
particularmente del miedo. El terror es el principal instrumento de control
social.
Ese
control social se ejerce con mayor intensidad en las zonas donde hay recursos
naturales para ser explotados económicamente. En Michoacán pelean el control
del puerto de Lázaro Cárdenas, como en la región sur y oriente de Morelos, la
garantía de paso de la droga sin ninguna oposición. En esa lógica ocurrieron
los hechos de Iguala de septiembre pasado. No es fortuito, es parte de un
sistema económico en el que están involucrados los grupos de poder fáctico y
formal.
Es
en ese contexto donde ocurren hechos tan execrables del 26 de septiembre pasado
en Iguala, Guerrero y que mañana cumplen un año. La desaparición de los 43
normalistas de Ayotzinapa, no es si no un botón de muestra de esta guerra. La
violencia que ocurre en el país no ocurre al azar, está asociada a estos
mercados negros y proyectos inconfesables que se planean en las grandes zonas
del mundo donde vive la gente bien, la que no sabe de hambres. Y esa violencia,
que representa la guerra, no es sino contra los pobres de la Tierra. Por eso,
en esta guerra hay dos bandos: el de los dueños del dinero y el de los pobres
de la Tierra; ellos ponen las armas y la devastación, nosotros ponemos los
muertos.
¡Vivos
se los llevaron, vivos los queremos!
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